Es un libro que trata sobre ríos difíciles, complejos y sensibles. Ríos aparentemente pequeños, se dirá. Muchos sí, y por eso se habla de riberas, aunque otros no. En todos ellos, las variaciones significativas de caudal, año tras año y, ciertamente, entre el estiaje y los restantes períodos, provocan que sean aguas emotivas.
Estas características requieren nuestra mayor atención. Las crecidas y las inundaciones de los pequeños ríos tienen, con frecuencia, las peores consecuencias, por lo que necesitan territorios vastos y abiertos para que no puedan ser causantes de daños en personas y bienes. En contrapartida, en períodos de escasez o de sequía constituyen abrigos preciosos para determinadas especies acuáticas. En verdad, no sólo para ellas, pues incluso más allá de sus márgenes existirán comunidades terrestres —aún más vulnerables, pero todavía resilientes— profundamente dependientes de la zona húmeda que podrán representar. Estos rasgos no son únicos en la Península Ibérica, pero son especialmente notorios en esta faja más próxima al Mediterráneo, una región especial para todos aquellos que nacieron en ella, como yo, y para los que en ella trabajan o la visitan.